Gigante con pies de barro

China I (publicado en Alternativa Socialista N° 486, 22/08/2008)
Mucho se está hablando, en medio de esta fenomenal crisis político-financiera del capitalismo imperialista, sobre cómo van a responder algunas economías importantes del mundo ante este verdadero huracán que se lleva puesto los capitales y las fuerzas productivas del planeta. ¿Podrán resistir economías importantes como la China? Algunos economistas opinan que la economía China era o es una de las turbinas de la economía mundial. Pero un avión consta de varias turbinas y si alguna de las más importantes fallan, como la norteamericana, es posible que el avión termine estrellándose con todos los que viajan en él.

Como en el caso ruso que analizamos en el anterior numero de Alternativa Socialista, el desarrollo capitalista chino hay que enmarcarlo en la crisis crónica de la economía imperialista iniciada a los fines de los años ‘60 e inicio de los ‘70. Esa crisis, más la carrera armamentista, la política de penetración imperialista y las limitaciones económicas del “socialismo en un solo país” impuesto por la burocracia llevó a que ésta termine cediendo al imperialismo. Henry Kissinger, por entonces asesor de seguridad nacional del ex presidente Richard Nixon, realizó una visita secreta a Beiging en julio de 1971 que permitió normalizar las relaciones chino-yanquis con su visita al año siguiente, de la cual surgió el «Comunicado Conjunto de Shanghai de China-EEUU». Su principal objetivo fue “cercar” a la Unión Soviética e intentar “abrir” a China al juego geopolítico mundial.

Pero el verdadero impulso para la restauración capitalista lo dio Deng Xiaoping, que en 1978 se había hecho cargo del poder. Deng instauró una política de puertas abiertas con generosas exenciones de impuestos que facilitaron que empresas extranjeras comenzaran a invertir e instalarse en China. Sin embargo no debe tenerse ese año como el comienzo del boom económico chino; mucha sangre debía correr todavía para consolidarse.




China es un país de aproximadamente 1.300 millones de habitantes, la mayoría de los cuales habitan la mitad oriental de su enorme territorio. No iba a ser fácil gobernar un país semejante ante un cambio brusco de reformas económicas. No sabemos si el descontento se hizo esperar o no, lo cierto es que una gran rebelión que en 1989 tenía ocupada la plaza de Tiannamen emergió de ese proceso y fue aplastada con una feroz represión que dejó miles de muertos. El desafío de la gobernabilidad fue superado a fuerza de metralla y fusilamientos. Esto fue lo que tranquilizó a los mercados capitalistas, que viendo la “estabilidad” reinante comenzaron a invertir en zonas exclusivas implementadas por el gobierno PCCH (Partido Comunista Chino). El crecimiento chino hasta el año 1989 no había sido considerable, pero este hecho marcó un punto de inflexión en el desarrollo capitalista. Al año siguiente la Inversión Extranjera Directa (IED) ascendía a 3.000 millones de dólares, en 1995 trepó a 35.000 millones, llegó a 60.000 millones en el 2004 y 78.000 millones en el 2006. China se convirtió en una máquina de absorber capitales en enclaves liberados al capitalismo, que combinado con una superex-plotación fruto de uno de los mayores crímenes perpetrados, permitió ese fabuloso crecimiento. China se convirtió en un paraíso para la inversión; he aquí el “milagro”.




Esto permitió que China, en base a un tremendo superávit comercial, acumulara millones y millones de dólares. Parte de estos millones fueron invertidos -o “prestados”- en los EE.UU. vía la compra de Bonos del Tesoro yanqui, uniendo así sus destinos en cierto modo. Parte importante del plan de salvataje de Bush seguramente proviene de inversiones que el Estado chino realizó con Bonos del Tesoro. Muchos de esos bonos también fueron invertidos en los ahora famosos fondos de inversión Fannie Mae y Freddy Mac. Según Francois Chesnais, miembro de ATTAC Francia, el 15% de los fondos de esas entidades pertenecen al Banco Central Chino. Como en el símbolo del Ying Yang, “algo de EEUU esta en China y algo de China está en los EEUU”. Es que no puede ser de otra manera ya que el mercado final (en todo sentido) que sostiene la producción china es el mercado mundial y, en especial, el yanqui y europeo. Pero China no solo tiene relaciones con EE.UU. y Europa. También tiene inversiones directas en todo el sudeste asiático, sosteniendo económicamente, por ejemplo, a la dictadura de Myanmar y construyendo todo tipo de autopistas y puentes entre su centro industrial de Kunming y Vietnam, Laos, Camboya, Tailandia y Myanmar. En lo que a los países exportadores de cereales respecta, como Argentina o Brasil, las consecuencias de un parete de su economía pueden ser muy evidentes.

¿Y ahora qué?

Los costos sociales de este “Comunismo de Mercado” son elocuentes y amenazan con destruir la paz social. Tanto es así que en el último congreso quinquenal del PCCH, del año 2007, uno de los tres temas que se trataron fue el de “la creciente desigualdad social que se genera entre los 1.300 millones de habitantes”. “Las cifras son necesarias para entender este potencial para el conflicto. De lo que se habla es de no menos de 700 millones de personas sumergidas en la pobreza, con ingresos diarios -unos 6 yuan- considerados menos que una pitanza económica si se los compara con los de las ciudades de la costa. Hay varias razones para haber llegado a este punto: la globalización tuvo en China el mismo efecto que en el resto del planeta -sus beneficios tienden a ir casi exclusivamente a los más ricos, sin producir el «derrame» social que sus partidarios predijeron-, el control partidario de todo el proceso ha dejado abierto al sistema a la acción predatoria de la corrupción y el surgimiento de nuevas industrias y servicios ha hecho que la producción agrícola haya caído del 29 al 12 % del PBI en poco más de una década” Clarín, 13/10/2007.

Las protestas en el sector campesino no pueden ser ocultadas y son centenares al año. Y no solo existe una tremenda desigualdad social, sino que la economía china se está convirtiendo en un gran destructor de la naturaleza. “China va a superar este año a los EE.UU. como el principal emisor de gases de monóxido de carbono. La razón principal es que el mayor consumo está produciendo un aumento del consumo de energía. Como el 70 % de la energía china se produce a partir de la quema de carbón, el cielo plomizo es inevitable. 16 de las 20 ciudades más contaminadas del planeta están en China. El 70 % de los ríos está contaminado y una tercera parte del país soporta lluvias ácidas.” La Nación, 19/10/2008

Al silencioso pero persistente descontento, a la miseria que desde el oeste va cercando las opulentas ciudades, ahora hay que sumarle el huracán de la crisis financiera internacional. “Martes en Beijing. Un prominente jerarca del gobierno chino invita a comer y describe en detalle las formas en que el tsunami financiero ha golpeado a su país. Empresas exportadoras han quebrado, relata, y algunos empresarios, fundidos de un día al otro, se han suicidado. El funcionario rompe con semejante elocuencia prejuicios que tiene más este enviado que el entrevistado.” Marcelo Cantelmi, Clarín, 15/10/2008.

Tampoco China, como Rusia, tiene el poder militar y económico para reemplazar a los EE.UU. ¿Podrá al menos evitar que caiga el avión -la economía mundial- y pueda seguir volando aunque sea a más baja altura? Esto puede plantear un escenario en donde EE.UU. ceda parte de su liderazgo político. El avión es un todo, y tendría que tener un comando unificado para que se salven de la catástrofe inminente a corto plazo. Si una o más turbinas están dañadas en un ala, es imperioso que las turbinas de la otra ala solo hagan la fuerza necesaria para que el avión se estabilice aun perdiendo altura. La coordinación de esa maniobra es fundamental. Cualquier intento de arrastrar la economía mundial con la “turbina china” hará que el avión se vaya a pique más temprano que tarde. Pero a mediano y largo plazo, no será posible mantener ese avión; tendrán inevitablemente que enfrentar las protestas que surjan en su seno. Las masas obreras y populares no estarán dispuestas a soportar pagar la crisis del imperialismo y sufrir las penurias que se ciernen sobre ellas. Nuevos y más grandes enfrentamientos harán que otra crisis aún mayor haga estallar la economía mundial. El freno que el capitalismo impone al desarrollo de las fuerzas productivas y al avance de la humanidad impone la salida por un sistema diferente, por uno que cambie las relaciones de producción y nos salve de la catástrofe. Ese sistema se llama Socialismo.

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