El Imperio (Yanqui) contraataca
Sudamérica
La situación planteada luego de
las elecciones presidenciales argentinas y las legislativas venezolanas da al
imperialismo yanqui la posibilidad de contraatacar en el continente. La
política es el arte de dar respuesta a lo concreto en determinado momento y
lugar y este nuevo escenario le plantea al imperialismo yanqui la posibilidad
de retomar la ofensiva política en una región en la cual ha recibido diversas
palizas a inicios del siglo XXI. Y lo está haciendo.
Los gobiernos del imperialismo yanqui y europeo
Ni el gobierno de Chávez ni el de
Maduro después, más allá de las diferencias entre estos, y el gobierno
Kirchnerista en Argentina, fueron “sus” gobiernos. Sus agentes directos en la región, por ese
motivo el imperialismo los combatió por distintos medios e instrumentos.
El gobierno de Macri y un
hipotético gobierno de la MUD si los son. Tanto como lo son Piñera o Bachellet
en Chile, Ullanta en Perú o Santos en Colombia, Tabaré en Uruguay. Brasil es un
caso especial ya que su burguesía le hace sombra a cualquier otra del
continente y cumple un rol de sub-imperialismo por lo cual los gobiernos son
primero agentes directos de su propia burguesía y en diferentes grados del
imperialismo pero aun así muy dependientes de la economía mundial. Por este
motivo Brasil tiró para atrás cualquier cosa que sea fortalecer regionalmente
al eje Chávez, Correa, Morales. Estos dos últimos más lo que queda del
madurismo siguen siendo gobiernos que aún no son agentes directos del
imperialismo.
El imperialismo necesita de esos
gobiernos para mejor poder extraer ganancias de un país colonial o semicolonial
utilizando el endeudamiento externo y el manejo directo de los recursos
económicos fundamentales (energéticos, alimenticios, financieros, etc) a través de sus multinacionales, no necesita
del estado para enriquecerse, en todo caso lo usa para transferirle sus deudas.
En sus primeros 10 días de
gobierno, Macri realizó una tremenda transferencia de dinero del estado a sus
aliados nacionales (y del imperialismo en la división internacional del
trabajo) de alrededor de 130.000 millones de pesos con la baja o anulación de
retenciones agropecuarias. Pesos con los cuales el estado deja de contar por lo
cual se abrió una oleada de despidos de empleados públicos que superan los
25000. Y, por vía de la devaluación, se realizó una transferencia brutal a las
grandes empresas por el aumento de los precios y en parte al estado por medio
del regresivo IVA. Abrió, además, la importación de diversos productos que
podrían causar la perdida de fuentes de trabajo en algunos rubros. Su gabinete
está formado por CEOs de las empresas privadas más importantes lo cual de per
sé debería plantear un conflicto de intereses que se ignora de manera
universal. Con el caso de los prófugos de diciembre acusados por un triple
crimen en Argentina y las oportunas (y justas) criticas al servicio
penitenciario y las fuerzas de seguridad, solo faltaría que Macri proponga que de
eso sea haga cargo la DEA y el FBI. Esto además da ánimos a la burguesía para
abrir un periodo de despidos para ir a las paritarias extorsionando al movimiento
obrero para obtener una baja de la masa salarial general.
Los gobiernos “progresistas”
A grandes rasgos, dejando de lado las diferencias específicas,
lo importante tanto de la burocracia gobernante en Venezuela o el kirchnerismo
en la Argentina es que reflejan sectores de clase o castas políticas que viven
a costa de la administración del Estado.
Por eso la defensa del estado o
parte de él que sea fundamental - como lo
es el petróleo en Venezuela – hace a la defensa de su propia fuente de
privilegios. Ese “antiimperialismo” es la base de su fraseología de izquierda y
de su doble discurso. En la defensa de esos privilegios también está la pelea
contra los medios de comunicación monopólicos y proimperialistas de la región
como es el tema de la ley de medios en Argentina, aprobada para luchar contra
un medio propimperialista como Clarín pero para crear un propio cartel de
medios adictos dejando de lado aspectos progresivos de la ley que nunca de
aplicaron. Hasta Lula tuvo una pelea contra O’Globo algunas veces.
Es por esto que estos gobiernos tienen
un alto grado de corrupción en el ámbito estatal. El defalco de la economía
venezolana es parte de eso, como bien denuncia Marea Socialista, o los casos de corrupción y privilegios en los
contratos del estado durante el gobierno Kirchnerista. El caso de la empresa
Austral de Lazaro Baez que deja miles en la calle en Santa Cruz o el caso del
grupo 23, conglomerado de medios de comunicación afines al kirchnerismo, cuyos
trabajadores están en lucha. Grupos capitalistas que se acomodaron al poder
para hacer pingues negocios pero que abandonan el barco como ratas al primer
cambio de capitán. Es prácticamente imposible para estas castas gobernantes
mantener un tejido de alianzas con sectores capitalistas que siempre están dispuestos
a venderse al mejor postor.
En Argentina, el kirchnerismo ya
pierde a sus viejos aliados - vergonzantemente defendidos en el pasado - como
los gobernadores provinciales, los intendentes del conurbano de la ciudad de
Buenos Aires o sectores del viejo partido justicialista (PJ) como Urtubey,
Scioli, etc, que ya están viendo como acordar con el nuevo gobierno un pacto
social. No por casualidad el ex candidato presidencial Massa haya ido a Davos y
Macri lo presente como el futuro presidente del PJ. Es que la democracia
burguesa imperialista necesita de un opositor acorde con el régimen bipartidista
que necesitan recomponer. Es importante comprender que los regímenes
resultantes de las revoluciones de inicio de siglo en América del Sud son muy
distintos de los regímenes bipartidistas de la etapa anterior, que en muchos
casos también se reflejó en el cambio de la constitución de esos países.
Esa es la base del enfrentamiento
entre el imperialismo y los gobiernos “progresistas” no solo a nivel regional
sino a nivel mundial, ya que un enfrentamiento similar tiene con otras
burocracias burguesas más poderosas como la china o la rusa. Esto no quiere
decir que estos gobiernos “progresistas” les cierren la puerta a todas las
inversiones o negocios que pueda hacer el imperialismo. No llegan a tanto. Si
eso les sirve para sostener una inversión en donde no hay posibilidades para el
estado o donde el enemigo es una multinacional poderosa (veamos los casos de
Monsanto, Barrick Gold, Dow, etc) y sus aliados provinciales o estaduales
dependen fundamentalmente de estas corporaciones, hacen la vista gorda y “está muy bien que el empresario gane”. Si
no, se hacen correa de transmisión de los nuevos imperialismos chinos y ruso
(en América Latina del primero sobre todo) con los cuales han hecho enormes
acuerdos comerciales, industriales como la construcción de una base militar o
las represas de la provincia de Santa Cruz en la Argentina. Aquellos no le
tocan sus privilegios en el estado porque hacen lo mismo en sus países.
Una vieja discusión que bajó de nivel.
En la vanguardia se dio, y se da
aun, una discusión acerca de estos gobiernos progresistas y de las ventajas
comparativas respecto del neoliberalismo. No es una discusión nueva. En otro
periodo, el estalinismo mundial, nos planteaba lo mismo respecto de los logros
indiscutibles y avances que lograron los países del “Socialismo real”. Hoy
mismo si comparamos la salud y la educación en Cuba con respecto a los demás
países del mundo, no solo de Latinoamérica, veremos que se encuentra entre las
primeras del mundo. Eso es innegable. Un país que hizo una revolución y
expropió a la burguesía convirtiéndose en un estado de transición al
Socialismo, garantiza salud, trabajo, techo y educación para sus habitantes.
Pero al menos en aquellos años en donde aún estaba en pie la Unión Soviética,
nos querían hacer creer que “el
socialismo en un solo país” iba a poder superar a la economía capitalista
mundial. Hoy esa teoría y discurso está en el basurero de la historia.
Si esa teoría y discurso fracasó
luego de décadas de traiciones a la revolución mundial de parte del
estalinismo, hoy el fracaso de los planes del falso progresismo no podían durar
algo más de una década. No se los permitió la misma crisis económica mundial
capitalista, que tarde o temprano iba a irrumpir en el espejismo progresista de
los Maduros o los Kirchner.
En América Latina hubo enormes
revoluciones que por falta de dirección revolucionaria no llegaron a expropiar
a la burguesía. Sin embargo fueron revoluciones que destruyeron el régimen
bipartidista en el cual al imperialismo le daba igual quién de los dos grandes
partidos gobernase. Antes de que eso ocurriera el estalinismo buscaba la sombra
de algún burgués con el cual encarar un frente popular. No lo consiguió y por
mucho tiempo tuvo que aceptar integrar frentes de izquierda ya que el
bipartidismo funcionaba a imagen y semejanza del imperialismo yanqui. Las
revoluciones de fines e inicio de siglo en América Latina le permitió a los
nostálgicos estalinistas empalmar con sectores de los viejos partidos que
tuvieron que encabezar el proceso por el vacío que dejó la revolución al tirar
abajo los regímenes bipartidistas en varios países.
Este fenómeno a nivel de un país,
las viejas burocracias (y nuevas como burguesas), de Rusia, China, Cuba, etc. lo
aprovecharon a nivel mundial ante el fracaso permanente del imperialismo
de enderezar la economía mundial a fuerza de invasiones, guerras o mercenarios
en África y Medio Oriente. Pero no contaron con que la crisis capitalista es
mundial y también por esa vía iban a tener problemas en sus propios países.
Hoy, la principal potencia de ese bloque, China, sufre las consecuencias de una
burbuja especulativa que aún no termina de inflarse del todo. La burocracia
china la “pincha” pero la burbuja se recompone nuevamente y aun no dio todo lo
que tiene que dar en cuanto a burbuja especulativa para una nueva e inminente
crisis financiera global.
Retomar la discusión
Al sistema mundial capitalista
imperialista solo lo puede superar un sistema mundial socialista y
para eso se necesita de la unión de las luchas y de los revolucionarios del
mundo entero.
Estos gobiernos “progresistas” e
incluso la Iglesia Católica levantan una teoría que a falta de algún nombre
original se la podría llamar la “teoría de
la redistribución de la riqueza capitalista”. En el encuentro de Davos 2016
Oxfam confirmó una tendencia general de los últimos años: el 1% de la población
mundial obtuvo finalmente más del 50% de la riqueza que posee el otro 99%. Y
que 62 personas solitas poseen la riqueza equivalente de la mitad de la población
de la tierra. Digamos que la teoría de la redistribución de la riqueza por el
momento fracasa a nivel mundial estrepitosamente y a nivel de un país no puede
sobrevivir demasiado tiempo, a menos que se acabe con las causas que la
producen, es decir, el modo y las relaciones de producción capitalista.
Por esto la única redistribución de
la riqueza es la que se haga cuando ya no exista una clase capitalista ni una
casta burocrática en un país y que se comience una construcción de transición al
socialismo que solo podrá ser mundial o no será.
Esto implica muchas cosas pero
fundamentalmente una importante cuestión. Hoy hay una rica discusión acerca del
estado y de si es necesario o no. Esta es otra vieja discusión, más vieja aun
que la anterior, ya que la tuvieron en el siglo XIX marxistas y anarquistas.
Ambos queremos que se extinga el estado y con él las clases sociales y los
partidos políticos. Pero para llegar a ese punto en que eso comience a
suceder primero hay que derrotar al imperialismo capitalista a nivel
mundial. ¿Qué hacemos en ese interregno de lucha contra la contrarrevolución
imperialista?
Así como la unión de los cuerpos
unicelulares trajo la negación de estos últimos, los estados de transición al
socialismo serán la negación de sí mismos si estos cumplen con la condición de
ser revolucionarios. Es decir, comprender que antes de la extinción del estado,
habrá una lucha en la que los estados de transición al socialismo se batirán contra
la contrarrevolución imperialista y que será necesaria una lucha para
defenderlos hasta tanto el capitalismo no quede en ningún rincón de la tierra. Entonces
sí, el estado, comenzará a desaparecer. Esta es la contradicción insalvable que
los revolucionarios no podrán evitar, y lejos de ser una presunción teórica, esquemática,
pedante o académica la misma experiencia lo irá poniendo a prueba ya que no se
puede anteponer un programa bien escrito por delante de la ley absoluta de la
lucha de clases mundial. Esos estados, o propugnan la extensión de la revolución
a nivel internacional o se aíslan con la inevitable desmovilización y burocratización.
De todos modos, esta es una discusión por la positiva lo cual nos ubica de
distinta manera frente a una experiencia “estatal burocrática” que a una “revolucionaria
no estatal”.
Nadie está diciendo que esa será
una fácil tarea, pero la experiencia revolucionaria del movimiento de masas
latinoamericano ha puesto a prueba modelos que han fracasado y por lo tanto es
importante ir al hueso del asunto, tratando de ser críticos y autocríticos de
la propia experiencia e intervención.
El intento del Imperialismo
yanqui de retomar el control de su “patio trasero” pondrá en la calle a
centenares de miles en el continente que querrán derrotarlo como antes, pero
ahora la salida no es solo con antiimperialismo, se necesita también de
anticapitalismo. No se trata de debilitar o cambiar un régimen político, sino
de acabar con todo el sistema y su modo de producción. Del mismo modo es
imprescindible construir una organización y dirección internacional
revolucionaria en la que puedan converger todas las ricas experiencias que a
nivel mundial se están desarrollando de manera aislada y sin coordinación alguna.
No hay otra manera de superar la sinrazón capitalista y su lógica.
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